El día de la amistad.

Dicen que los amigos son la familia que elegimos.

Los de toda la vida, pero también los que llegan ahora.

Los que, todavía, no han llegado.

Aquellos en quienes podemos confiar plenamente,

a quienes podemos contarle todo lo que nos pasa

sin necesidad de mentir tras un “estoy bien”.

Aquellos que seguirán estando ahí sin importar el tiempo que llevemos sin verlos o sin importar la última vez que tuvimos una conversación.

Aquellos con los que podemos hacer el tonto, con los que podemos cantar, bailar, con los que lo pasamos bien y disfrutamos. Pero, sobre todo, los que están ahí cuando estamos tristes, los que son los primeros en darnos un abrazo y hacen todo lo posible por vernos bien, porque sólo quieren nuestra felicidad.

Aquellos que saben valorar nuestro tiempo y todas las cosas que hacemos por ellos, porque como dicen por ahí, es algo que no recuperaremos jamás.

Aquellos que nos gustaría ver, abrazar, pero que, sin embargo, están lejos de nosotros, a kilómetros, pero no por eso nuestra amistad es menos a amistad que cualquier otra.

Aquellos con los que creamos lazos…

invisibles, pero indestructibles.

Rodéate de gente que te valore, que te quiera de verdad, que no sea el te quiero mucho dicho, poco demostrado.

Rodéate de gente que no sea orgullosa y no tenga ningún problema en hablarte de vez en cuando, que muestre interés en ti y no tengas que ser tú quien vaya siempre detrás.

Rodéate de gente con la que puedas hacer el tonto pero también tener conversaciones interesantes, con las que puedas equivocarte (porque joder, no seamos hipócritas, TODOS nos equivocamos) y lejos de irse de tu vida o recordarte siempre aquello en lo que un día te equivocaste, te enseñe cómo puedes mejorar.

Rodéate de gente que no te juzgue, que sea capaz de decirte lo que no le gusta a la cara y pueda defenderte a las espaldas cuando alguien dice algo que no está bien de ti.

Rodéate de quien elijas.

Pero, sobre todo, de gente que te haga feliz.

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