El día
que la muerte se enamoró de ella,
yo
comencé a caer cada vez un poco más rápido.
No
entendía muy bien por qué se la llevó,
por
qué me quedé sin ella,
por
qué nunca más escucharía su voz.
El
día que la muerte se enamoró de ella,
comprendí
que la vida no es justa para algunas personas,
pero
que todo debe seguir,
como
siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
El
día que la muerte se enamoró de ella,
yo apenas
era un niño que no entendía demasiado,
pero
que perdió lo peor que alguien puede perder;
una
madre.
Y sí,
ya sé que os dije que las pérdidas
a
veces pueden ser ganancias.
Pero
lo siento,
me cuesta
entender que
tras
las despedidas,
quede
algo.
Que
se sigue, sí,
pero
no se continúa.
Y
ojalá pudierais entenderme.
El
día que la muerte se enamoró de ella,
yo
cada vez estuve más solo.
Y
supongo que un poquito así nació ese chico,
en
caos, que os escribe de vez en cuando.
Ese
chico que necesita escribir
para
poder vivir o sobrevivir,
qué sé
yo.
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